Que me gusta la novela romántica. He dicho.

Y en todas sus vertientes: juvenil, contemporánea, histórica... La erótica me gusta menos, no soy una experta en romántica adulta y a la histórica me he ido aficionando poco a poco. Pero que me gusta, me gusta mucho. Si ya hemos hablado en mil ocasiones de lo mal vista que está la novela juvenil, de esa típica frase de «lee algo de verdad» y de las miraditas de cachondeo cuando un adulto está en la sección juvenil o infantil de una librería, hoy lo que quiero es decir, alto y claro, que una servidora adora la novela romántica. Siempre he sido una moñas. Me gusta leer sobre primeros amores, sobre besos furtivos, sobre relaciones prohibidas. No me importa que los protagonistas tengan quince años, que se trate de un vampiro y una humana o que ella sea una señorita y él un mozo de cuadras. Lo que me gusta es que me emocione, que me haga soñar despierta y que consiga que se me acelere el corazón.

Hace unos días publiqué en el blog una entrada recomendando algunos libros románticos para el día de san Valentín y cuál fue mi sorpresa al descubrir que en el último año he leído poquísimos. De hecho, tres de los cinco libros que recomendé eran álbumes ilustrados. ¿Cuándo me ha pasado eso a mí? ¿Cuándo se ha dado el caso en que he leído tan pocas historias de amor como para no tener ni qué recomendar? La mayoría de las novelas que leo tienen algún romance, sí, pero es que en casi todos los libros los hay. A mí me encanta que el romance sea el plato principal, que el resto de tramas gire al compás de los protagonistas. No siempre, ojo, y tampoco exclusivamente, que a mí me gusta leer de casi todo, pero sí han sido las bonitas historias de amor las que siempre me han gustado más.

Si en el último año he leído pocas historias románticas, en los últimos meses ya ni os cuento. No obstante, hace unas semanas cayó en mis manos un libro que, aunque no lo tenía como tema principal, sí que contaba con un romance que atraía enseguida la atención del lector. Un romance precioso. Después de ese libro leí otros tantos. Pero la semana pasada me enfrasqué en la novela titulada Por amor al arte y me vi inmersa en un bucle que no podía detener. Había olvidado la sensación de leer y leer y no querer parar nunca; dejar de hacerlo a regañadientes; trabajar, pasear, comer y hasta intentar dormir pensando en los protagonistas de la historia. Por amor al arte tiene una de esas historias de amor que me llenan, aunque también tiene otras tramas muy interesantes (de hecho, la trama romántica no es la principal). El romance, sin embargo... ay. Volví a leer sin dejar de pensar en cosas como «venga, dale un beso ya, que estás deseándolo. Ay, no, por favor, que le cuente la verdad. ¿Por qué tiene que ser tan difícil todo? Pero si estás coladita por él y él por ti, ¿a qué esperáis?» y un largo etcétera.

Me gusta leer de muchos temas, pero no sé en qué punto de mi vida empecé a leer de otros géneros y a incluir de vez en cuando una novela romántica en mis lecturas. Quiero leer más historias de amor, más romances que me dejen una sonrisa tonta en la cara. Y sé que está muy mal visto este tipo de lecturas, que está considerado el Sálvame Deluxe de la literatura, pero a mí me da igual y ya está bien de prejuicios, que tampoco entiendo por qué preocuparse por lo que leen los demás se ha convertido en algo tan importante. Preocupémonos de las cosas que realmente importan.